Donald Trump le declara la guerra a México
En 2012 Donald Trump criticó
a los republicanos por ser “mezquinos y malintencionados” en cuanto a
inmigración, y por alienar a los votantes hispanos. (En esa época iba
atrás de aquel radical de ojos desorbitados, Mitt Romney.) Démosle a la
tecla de avance rápido apenas tres años, y el candidato que “llama a las
cosas por su nombre” ha dado un giro de 180 grados, proponiendo un plan
que equivale a declararle la guerra a México.
El plan
de Trump tiene todas las características de una guerra, aunque sin
llegar la sangre al río: la amenaza de un embargo, un plan de construir
una muralla defensiva, y una demanda legal por resarcimientos que tendrá
que hacer el (supuestamente derrotado) enemigo.
Empecemos con los resarcimientos. Trump
presenta una lista de quejas contra el gobierno mexicano, exigiendo que
desembolse miles de millones de dólares (una cantidad exacta sin
especificar) para construir una muralla entre los dos países.
¿Cómo piensa obligarles a hacer eso?
Amenazándoles con un embargo. Así es; bajo la presidencia de Trump,
Estados Unidos no tendría un embargo comercial contra Cuba, pero sí
tendría uno, en pedazos, contra México. Trump amenaza, “entre otras
cosas: incautar todos los pagos de remesas derivadas de salarios
ilegales; aumentar la tasa en todas las visas temporales expedidas a
directores generales y a diplomáticos mexicanos (y si es necesario,
cancelarlas); aumentar las tarifas de todas las tarjetas en los pasos
fronterizos (de las cuales se emiten aproximadamente un millón a
ciudadanos mexicanos cada año, una fuente importante de visas temporales
que se sobrepasan); aumentar la tarifa en todas las visas a
trabajadores mexicanos bajo el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica
(otra fuente importante de extensiones de visas); y aumentar las
tarifas en los puertos de entrada de Estados Unidos provenientes de
México [Aranceles y recortes de ayuda a extranjeros también son
opciones].” (Los corchetes están en el original.)
Por otro lado, Trump promete echar a
andar la economía norteamericana de nuevo, y lo hace justamente mientras
toma medidas drásticas para reducir el comercio con su tercer mayor
socio comercial.
Para completar el ambiente de
belicosidad, el plan de Trump de incautar remesas supuestamente
requerirá que funcionarios estadounidenses revisen todo el correo entre
los EE.UU. y México. Pero, ¿qué es una guerra sin una restricción de
libertades civiles en el propio país? El plan de Trump también
requeriría acabar con “el derecho a la ciudadanía por nacer en el país”
para los hijos de inmigrantes nacidos en los Estados Unidos. La mejor
respuesta a ese punto es la que nos da Ben Domenech, quien acaba señalando
que casarse con Donald Trump es algo que los estadounidenses no están
dispuestos a hacer. (Si Trump fuese elegido presidente, su actual
esposa, una ex-modelo eslovena, sería la primera Primera Dama nacida en
el extranjero desde que lo hizo Louisa Adams en 1829.)
¿Cuál es el objetivo de esta casi-guerra
con México? Construir una enorme muralla defensiva. Su propuesta
entona: “Una nación sin fronteras no es una nación. Debe haber un muro a
lo largo de la frontera sur”. Es interesante cómo Trump equipara una
frontera con un muro; según ese criterio, los Estados Unidos nunca han
llegado a ser una nación. Es curioso recordar cómo los estadounidenses
presumían, con bastante razón, de tener la mayor frontera sin defender
del mundo: su frontera del norte con Canadá. Si Trump se sale con la
suya, también tendrán la mayor frontera fortificada.
Hay campo para debatir cuál debería ser
la política de inmigración del país, y cómo reformarla, pero ciertamente
esta no es la forma de hacerlo. Por ejemplo, como señala Jim Geraghty, el plan de Trump aumentaría
el incentivo a la inmigración ilegal, al crear más barreras y más
costos para la inmigración legal, que incluyen una moratoria indefinida
sobre cualquier inmigración hasta que todos los puestos de trabajo
existentes hayan sido cubiertos por estadounidenses, como si eso pudiese
llegar a verificarse.
Todo este esquema está basado en
reavivar una histeria de guerra, en echarles la culpa por todos los
problemas del país a los inmigrantes. Más concretamente, está basado en
otra buena estrategia en tiempos de guerra: la demonización del enemigo.
Pero observemos que a Trump realmente no le preocupan los inmigrantes
europeos o los de otros países (aunque enterrado en su plan hay un
asalto a las visas H1-B para inmigrantes altamente cualificados, que
Trump describe como un intento de aumentar la representación de
“minorías” en Silicon Valley, y que consigue purgando a ingenieros
indios y chinos.) Su plan y su retórica van dirigidos a inmigrantes
hispanos. En su propuesta y en sus declaraciones públicas, Trump pinta a
estos inmigrantes como criminales violentos y violadores que pasan el
tiempo regodeándose en los subsidios del estado del bienestar, cuando no
están quitándoles empleos a los estadounidenses.
El mismo Trump de 2012, quien advirtió
sobre ataques “mezquinos y malintencionados” contra votantes hispanos,
ha cumplido su propia profecía.
Donald Trump es uno de los principales
problemas de su propia candidatura. Es la encarnación de la más preciada
caricatura que la izquierda hace de la derecha: Trump es rico,
arrogante, y desprecia a los “perdedores” que no han llegado tan alto
como él; es groseramente ofensivo con las mujeres, un patán sin
gramática y sin clase; y ahora podemos añadir que es un incitador al
miedo y a la desconfianza de extranjeros de piel oscura. Es, en resumen,
un Archie Bunker con dinero.
Por todo esto, muchos de nosotros
hacemos bien en preguntarnos, en lo más íntimo de nuestras mentes, si
por acaso Trump no pasa de ser un cebo plantado en las primarias
republicanas por esos buenos amigos suyos, los Clinton.
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Fuente:
Por Robert Tracinski
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