Thursday, March 2, 2017

“America First”: misticismo-altruismo-colectivismo

“America First”: misticismo-altruismo-colectivismo 

 
El sentido de vida de los Estados Unidos de América quedó patente durante la inauguración del presidente Donald Trump. Si miramos más allá de la tradicional pompa, de los impresionantes desfiles, y del espectacular despliegue organizativo que garantiza el pacífico cambio de poderes en esta democracia, nos quedamos cara a cara con las premisas filosóficas que sustentan al país. “America First” es una oda al irracional y destructivo eje ideológico: misticismo-altruismo-colectivismo.
Sabemos que las ideas mueven el mundo. Y las ideas “americanas” que oímos en la inauguración no tienen nada de bonitas. (Obviamente, cuando los estadounidenses hablan de “America” se refieren a su país, a los Estados Unidos de América, no a lo que el resto del mundo entiende por “América”, a las decenas de países que componen el continente americano).


Filosóficamente, las ideas básicas de un individuo – o de un país – deben estar ancladas en la realidad y en la razón, deben tener una base metafísica y epistemológica sólida, clara y racional, deben estar basadas en los hechos. Ejemplos históricos de esta actitud son la Antigua Grecia y el Renacimiento.
Pero esas ideas no hicieron acto de presencia en la inauguración de Donald Trump, la cual estuvo claramente inspirada en el misticismo. No fueron sólo los tradicionales bromuros de jurar sobre la Biblia, o de acabar una arenga con: “God bless America”. Fueron los múltiples discursos hablando de Jesús, las constantes alusiones a un Dios que nos proteja, las referencias a los libros sagrados, el “rezar” por la salud del presidente Bush-41, y los servicios religiosos de los días siguientes.
Aunque teóricamente exista una separación total entre estado e iglesia, el país como tal sigue estando basado en la irracionalidad, en la creencia que existe otro mundo, que a la verdad se llega, no por la razón, sino por otros medios, y que debemos actuar, no como determinemos racionalmente de acuerdo con nuestra naturaleza, sino como nos digan las voces y las normas procedentes de ese otro mundo: según nuestro deber.
Ese misticismo en epistemología se traduce en altruismo en ética. Alguien leyó una emotiva carta de un soldado en la guerra civil, antes de entrar en batalla y morir una semana después, diciendo que sabía que se estaba sacrificando por su país, y que eso era lo bueno. Citaron, como norma a seguir, la conocida frase de JFK: “No es lo que tu país puede hacer por ti, es lo que tú puedes hacer por tu país”. Se habló específicamente de la necesidad de poner los intereses de otros por encima de los intereses individuales. Nadie reclamó, nadie se opuso, nadie cuestionó el principio del altruismo, que es, de hecho, “the law of the land”.
Como es de esperar, el altruismo en ética lleva al colectivismo en política, y eso es lo que el discurso inaugural de Trump dejó absolutamente claro. Él no habló ni de lejos de libertad, de derechos individuales, de reducir impuestos y regulaciones gubernamentales para permitir que los individuos pudiesen trabajar, producir, prosperar y vivir. Habló de “colectivos”, de “grupos”, de devolver el poder al grupo de los “olvidados” (“the forgotten man”), al grupo de los “trabajadores”, al grupo de los “americanos”. Y los enemigos de estos grupos son otros grupos: los políticos en Washington, los inmigrantes, los países extranjeros, los jihadistas islámicos (por lo menos en este último acertó al identificar y llamar por su nombre al verdadero enemigo del país).
La visión del mundo de Trump es irracional, caprichosa y nacionalista. Trump es un hombre sin principios; o, dicho de otra forma, sus principios son la emocionalidad y el pragmatismo, que equivale a no tener principios. Esa actitud pueril la ha demostrado repetidamente en sus intervenciones inesperadas, en las contradicciones que expresa tan tranquilamente, ignorando que son contradicciones, en sus peleas con todo el que le rodea (con sus propios servicios de inteligencia, con la prensa, con los mexicanos, con los chinos, con los inmigrantes, con las mujeres), en sus recientes afirmaciones hablando de que hay “hechos alternativos” (?) por los que él se guía.
Trump no explicó cómo va a devolver el poder al pueblo, ni siquiera quién es “el pueblo”, quién va a decidir qué necesita ese pueblo, y cómo va a conseguirlo. Habló de mejorar la infraestructura del país, construyendo carreteras, puentes, túneles, etc., etc., pero ni siquiera insinuó de dónde saldría el dinero para pagar por eso, todo suena a algo milagroso. Trump no es un dictador, pero sí es un megalomaníaco con ansias de poder, un fascista de izquierdas que está preparando el terreno para un futuro dictador de verdad, es lo que describe muy bien la expresión “a loose cannon”, y puedes imaginar el daño que un “cañón suelto” puede hacer en un barco zarandeado por una tempestad.
El nuevo lema que supuestamente hay que seguir a partir de ahora – “Buy American, Hire American” – es de lo más nacionalista que hemos oído en mucho tiempo, y de lo más anti-americano. El artículo “´Buy American´ is Unamerican“, de Harry Binswanger, escrito hace 25 años, explica lo absurdo de esa posición. Y aunque todo el mundo tiene la actitud de “wait-and-see” – dándole un voto de confianza al nuevo mandatario, a ver por dónde nos sale, literalmente, cuando sea hora de actuar de verdad, y cada vez falta menos para eso – no es posible ser muy optimista.
Para quien conoce Objetivismo está muy claro cómo evaluar la actitud del nuevo presidente, y del país como un todo, y está igual de claro que la filosofía de Ayn Rand es totalmente lo contrario a cualquier cosa que huela a Trump, es radicalmente opuesta en su más pura esencia: es el contraste entre la primacía de la existencia y la primacía de la consciencia. Ayn Rand no pudo haber dejado más explícita su posición:
“No soy principalmente un paladín del capitalismo, sino del egoísmo; y no soy principalmente un paladín del egoísmo, sino de la razón. Si uno acepta la supremacía de la razón y la aplica consistentemente, todo el resto sigue”.
En vez de aceptar el eje ideológico de razón-egoísmo-capitalismo, infelizmente los Estados Unidos de América y su nuevo líder continúan avanzando por el eje misticismo-altruismo-colectivismo. Es imposible predecir exactamente el futuro, pero el siglo XX nos mostró en toda su crudeza cuál es el desenlace lógico del eje filosófico irracional. Apretémonos el cinturón para afrontar la debacle económica, que será la primera en llegar (y que afectará al resto del mundo), y vayamos pensando en lo que puede venir después.
Qué fácil habría sido para el presidente Trump decirle a sus ciudadanos: “Vengo a liberar al individuo de la coerción del gobierno. Traigo prosperidad para quien quiera trabajar, y voy a hacerlo ni más ni menos que implementando los principios en los que se fundó este país, principios como que el individuo no es el sirviente del estado, sino su amo; que el estado existe sólo para servir al individuo, para proteger sus derechos – los derechos a su vida, a su libertad, a su propiedad, y a la búsqueda de su felicidad. Estoy 100% a favor de la libertad, a favor del individuo, y de crear una sociedad donde cada individuo tenga la oportunidad de prosperar usando su única herramienta de supervivencia: su razón”.
Fácil, si realmente lo creyera. Pero A es A, y Trump es Trump. “¡Que Dios nos pille confesaos!”
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Por Domingo García,

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